número 538 mayo de 2012
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por Gregorio Caro Figueroa
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Walter Owen, traductor del Martín Fierro
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por Berta Catalina Wexler
Walter Owen, traductor del Martín Fierro
El Martín Fierro fue publicado en China en 1984. Fue traducido al mandarín por Zhao Zhenjiang, de la Universidad de Beijing, y la primera edición fue presentada al ex presidente Raúl Alfonsín durante su visita a China. Zhao Zhenjiang visito Buenos Aires el 6 de noviembre de 2011, cuando el diario Clarín (15 de noviembre, pag. 31) lo festejó en una entrevista. Estaba justificado, claro, pero a la vez hacía olvidar cada vez más a Walter Owen (1884-1953), escocés, poeta, místico y comerciante. Owen fue el primer traductor del Martín Fierro al inglés, publicado en Londres y Nueva York en 1935, si bien tiene derecho a ser recordado también por su propia poesía y novelas.
Si se “googlea” a Owen se llegará a la Guía de la Ficción Sobrenatural. Pero no hay mucho más. Lo mejor y relativamente reciente sobre Owen se hallará en un artículo del académico escocés John Walker, en el Buenos Aires Herald (6 de agosto de 1977) y, más extenso, un ensayo de Walker también, en el Latin American Literary Review (vol. III Nº 5, 1974). Este último texto gira en torno de Owen y el arte de la traducción de poesía, un retrato del hombre, su obra y sus teorías literarias. La biografía escrita por la baronesa Charlotte de Hartingh, Servitor on an Outer Plane, publicada por el fenecido Instituto Cultural Walter Owen, en Buenos Aires en 1966, es hoy difícil de hallar.
Walter Hubbard Owen nació el 14 de julio de 1884, en Glasgow, de madre escocesa y padre de origen galés. En la adolescencia recibió formación en asuntos marítimos en Glasgow y en Buenos Aires era conocido como experto en despachos aduaneros. Owen vivió en Buenos Aires casi toda su vida, sus viajes más distantes, aparte de tres visitas a Inglaterra y Francia, eran al Tigre, donde remaba en compañía de un grupo de fieles amigos. Su obra publicada incluye cuatro volúmenes de poesía en inglés (con el seudónimo afrancesado de Gauthier de St. Ouen o G.S.O.): Amor Viri (1912), 50 sonetos; Aurora (1913), que incluye Canción Cósmica (1910), poema dedicado a su amigo y pionero de la aviación Jorge Newbery; Sonetos de soldados y otras poesías (1918); y Sonetos de G.S.O., publicado en los años treinta. Pero su obra mayor, y por la que es recordado, cuando se lo recuerda, son los ocho volúmenes de traducciones al inglés de poemas épicos e historias de los clásicos en castellano. A estas llamó sus “transvernacularisaciones” (no quería llamarlas traducciones). Su Martín Fierro, de José Hernández (1834-1886), publicado en edición limitada por Blackwell, en Inglaterra en 1935, y poco después en tirada comercial en EEUU, es su obra más conocida y celebrada. A esto siguió El Fausto (1886) de Estanislao del Campo (1834-1880) en 1943, que se considera obra menor en comparación con el Fierro. Luego vino Don Juan Tenorio (1844) del español José Zorrilla y Moral (1817-1893); la épica chilena La Araucana del español Alonso de Ercilla y Zúñiga (1533-1594) y el poema nacional uruguayo Tabaré, también en 1943, de Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931), editado en inglés por la Unesco en 1956. El poema histórico de Martín del Barco Centenera (1535-1602), “La Argentina” y la conquista del río de la Plata (1602), fue publicado post mortem en 1965 por el Instituto Cultural Walter Owen, con la edición y prólogo de Patrick Dudgeon. Finalmente vinieron las versiones en inglés del clásico chileno Arauco Domado, de Pedro de Oña (1570-1643), que Owen completó en su cama en el Hospital Británico cinco semanas antes de su muerte; y la narrativa de la expedición de Sir Francis Drake, de Juan de Castellanos (1522-1607), que se publicó por primera vez en castellano en 1921.
Las últimas tres “transvernacularizaciones” fueron completadas por Owen en su lecho en el hospital, al que ingresó el 13 de diciembre de 1949, lugar de donde nunca salió hasta su muerte. Los dos últimos libros en versión inglesa no fueron publicados. Toda su obra de traducción se remitió siempre a la primera, el Martín Fierro. De ese texto en inglés escribió, “Una traducción, especialmente en verso, para tener valor literario debe poder leerse como un original. La claridad y facilidad son esenciales y valen su adquisición aun al costo de sacrificar en algún grado la precisión verbal… Una nota en falso, una imagen desconocida, una similitud forzada, la traducción de una metáfora muerta para que parezca viva… una referencia que parece comprensible en el original (pero) que pasa a ser difícil para el lector, cualquiera de estas situaciones pueden resultar de una adhesión demasiado fiel al texto original…” (citado en John Walker, Latin American Literary Review).
Para la “transvernacularización” del Martín Fierro, Owen desarrolló cierto grado de ceremonia. Durante algunos días ocupó aposentos en el hotel cercano a la Plaza de Mayo donde se decía que José Hernández había escrito su obra máxima (Owen también alquiló una pieza en Bolivar 609, donde residió un tiempo el autor de Tabaré). Pero la ceremonia del Martín Fierro sería instalada en la labor de Owen durante años. Con sus propias manos y herramientas construyó una rústica mesa escritorio y silla en las cuales trabajaría (se hallan en el Museo Güiraldes de San Antonio de Areco). Dejaba de lado su traje diurno y vestía una sotana de monje. Escribía a la luz de unas velas, y redactaba con pluma de ganso. Era observado en forma permanente por su gato “Dusky” sentado en la mesa cada noche. En los márgenes de las hojas originales de su traducción Owen anotaba recordatorios de compras para el día siguiente: “hígado para Dusky, 2 pqts. Players (cigarrillos), Pinot blanco.” El Pinot aparecía con cierta regularidad. El gato Dusky fue hallado muerto el 20 de mayo de 1933, día siguiente a la culminación de la traducción, incidente para el cual el supersticioso Owen buscó significado místico. La intensidad de su trabajo era notable. Concurría al centro porteño a la agencia donde siempre fue muy respetado, tanto por su eficiencia como por su hermetismo; los fines de semana eran para el descanso, muchas veces en Tigre, y traducía hasta altas horas de la noche. ¿Cuándo dormía? Difícil saber. El ritmo diario (o nocturno) de su traducción era registrado en horas y minutos en la escala del “laborometro” que inventó para el caso. Sus apuntes marginales describen su estilo, parte de los cuales son válidos como guía para traductores actuales. “…he intentado presentar al lector inglés una versión (de la épica) que se lea como el original de un poema en inglés, con el sabor del idioma y los dichos de su tiempo, libre de un estilo almidonado y un aire que no fuera el inglés que hacen molestas a algunas traducciones de la poesía en idiomas extranjeros para las mentes que aprecian las bellezas de nuestra lengua materna. Es obvio que si se va a alcanzar este objetivo la fidelidad textual debe quedar subordinada a la claridad, facilidad, ritmo, armonía y tono y otros elementos de estilo. Estamos interponiendo nuestra propia conciencia entre lo conceptual y lo lingüístico (…) y reescribiendo su poema como si lo hubiera creado en inglés…” (citado de Charlotte de Hartingh, página 186).
Durante semanas después de la publicación en inglés del Martín Fierro y la llegada de ejemplares a Buenos Aires en 1935, Owen conoció la fama. La gente lo buscaba al mediodía en donde almorzaba y he hacía firmar ejemplares o, a falta del libro, un pedazo de papel o una servilleta. No hay registro de presentación si bien los dos periódicos en idioma inglés (The Standard y The Buenos Aires Herald) ponderaron la edición de la versión en inglés. Las traducciones de Owen estaban dirigidas, según él, a “crear un puente de comprensión entre los pueblos” del mundo, descripción que dio reiteradamente en su correspondencia a los amigos que lo respaldaron. Entre ellos, el principal mecenas y auspiciante fue el ex embajador británico, Sir Eugen Millington-Drake (1889-1972), quien influyó en la decisión del editor en Londres (diplomático conocido en Buenos Aires por sus conferencias sobre la batalla del Río de la Plata en 1939, que terminó con el hundimiento del destructor alemán Graf Spee, y por haber apoyado de su bolsillo los inicios de la aerolínea Pluna, en Montevideo). Millington-Drake describió el Martín Fierro en inglés como una obra, “parecida a una balada escocesa, por su velocidad y romance”. Entre quienes lo apoyaron en Buenos Aires estaba Courtenay Luck, el místico y vidente más conocido en la colectividad de habla inglesa, y los hermanos Luis y Juan Alejandro de Marval.
Owen escribió un tratado histórico filosófico, The Ordeal of Christendom/La ordalía del cristianismo, que publicó el sello inglés Grant Richards en 1938, y donde trasunta sus preocupaciones religiosas. Allí afirma que “Cristo es el único factor evolutivo de la conciencia”. Escribió dos novelas. Su reconocimiento como autor de lo sobrenatural se apoyo en estos dos textos.
De estos su ficción más importante es, como en su traducción, su primer trabajo, The Cross of Carl/La cruz de Carlos (también editado por Grant Richards, en 1931), obra que redactó en una sola noche de 1917. Acababa de salir de la primera, y prolongada internación por una dolencia abdominal. El libro fue aceptado por el editor al año siguiente, pero fue prohibido por la censura británica de posguerra. Se lo consideraba un texto brutal, surrealista y profundamente anti bélica, demasiado dura para circular justo al terminar la primera guerra mundial. Así fue como llegó a ser publicada en Londres en 1931, y en Boston por Little, Brown & Co., en el mismo año. Fue descripto el libro como una fantasía rítmica en prosa.
El “Carlos” del título es un soldado de infantería en las trincheras de la primera guerra que, tomado por muerto, es subido al montón y enviado a un depósito que hoy llamaríamos de reciclaje. La Cruz de Carlos fue inspirado por cierta propaganda anti alemana en la prensa y lo que el autor describe como una “bilocación de personalidad” precipitado por fuertes dosis de opio, si bien influido por sus profundas creencias místicas. Su biógrafa, Charlotte de Hartingh, dice que Owen, “desarrolló un intenso interés por el efecto de las drogas en las facultades creativas”. Con cierta cautela, la autora agrega, “no fue de modo alguno el primer hombre de letras fascinado por el resultado de ese consumo… (Owen) ha dejado una detallada descripción de sus impresiones bajo el efecto del opio…” La nacionalidad de Carlos nunca queda clara (si bien se infiere que es alemán por algunas de las escenas que describe) por lo tanto la Cruz del título no se sabe si es la de Hierro (alemana), la de Victoria (inglesa) o la cristiana, o todas. La respetada publicación literaria londinense, Times Literary Supplement, tituló su crónica del 16 de julio de 1931, “Una alegoría de guerra”, diciendo que el libro, “devuelve los aspectos más sombríos de la sicología de guerra; es una descripción de leyendas de las ‘fábricas de cadáveres’ – una descripción insufriblemente horrenda. ‘Sepultura’ es la narración de cómo el falleciente Carlos cava su propia tumba… ‘Resurrección’ cierra la alegoría en una nota de triunfo místico. Es la crónica de lo que el autor mismo describe como ‘proceso patológico anormal’ inducido por las perturbaciones síquicas de la Guerra (y que) se ofrecen en la suposición que la experiencia quizás prevea alguna forma de desarrollo colectivo en la humanidad.” Era previsión, por cierto, de algo horrendo como lo que fue el Holocausto nazi de la Segunda Guerra mundial.
La otra ficción de Owen fue More Things in Heaven/Más cosas en el cielo (posiblemente tomado de Horacio: “Hay más cosas en el cielo.”) en donde el narrador (Owen) y un adepto místico, Merlín Alaska, investigan un caso de Combustión Humana Espontánea. Fue editado por el sello Andrew Dakers en Londres, en 1947. La pista, que se descubre en antiguos documentos, manuscritos y crónicas de viajeros, conduce al hallazgo de una maldición zoroastra de dos mil años contra todos los descendientes de Alejandro Magno. Bastante moderno, si se recurre, por ejemplo a Umberto Eco, El nombre de la rosa.
Muchos de sus poemas, artículos y cuentos cortos quedaron esparcidos, publicados en forma individual por el diario The Standard, en pequeños periódicos y panfletos en ediciones del autor. Todo apareció firmado con el seudónimo completo o las siglas G.S.O. para “¡no provocar un escándalo en los círculos empresarios de Buenos Aires al enterarse sus integrantes que Owen escribía poesía!” (C. de H., pag. 95) En términos más actualizados, verían al poeta como maricón. La presencia pública de Owen era de un escrupuloso, puntilloso y recatado integrante de la empresa de Bessler, Waechter & Co. Ltd., agentes importadores, con quien pasó quince años antes de aceptar el cargo de gerente de la oficina de Juan McCall & Co., despachantes de aduana, en 1928.
En su muy cuidado tiempo libre, Owen era bibliófilo coleccionista de primera ediciones, seguidor de corrientes místicas, “Baconiano” (seguidor de Sir Francis Bacon, a quien algunos atribuyen autoría de la obra de William Shakespeare), gran maestre de la pequeña logia Beacon Lodge Sociedad Teosófica y Filosófica, y Duque de la Isla de Redonda, una corte ficticia creada por un novelista amigo en una remota roca. Pero también disfrutaba de los deportes, el remo en el Tigre Boat Club, y con amigos había fundado un club de boxeo.
Aunque pacifista declarado Owen trató de alistarse con las fuerzas británicas tanto en la primera como en la segunda guerra mundial. Fue rechazado una y otra vez. Era ciego en un ojo, la visión perdida en un accidente en 1895, a los once años, cuando con su hermano Tom se divertían con un juego casero de química. El próximo golpe que sufriría fue la muerte de su madre, Ellen, una maestra, que lo había cuidado hasta la recuperación de un ojo. Su padre, agente marítimo que en 1889 había traído la familia a Montevideo, primero, y luego a Buenos Aires, decidió mandar a su hijo menor a vivir con tías en Glasgow. En el Hillhead High School, en la ciudad escocesa, cursó la secundaria y, con lo que había sido la guía y el cuidado de su madre, amplió su vasta lectura. Al dejar la escuela trabajó en una empresa química, luego en una naviera, espacio que le dio el conocimiento para embarcarse como polizonte en un barco de regreso a Buenos Aires. A los 18 años en junio de 1902 reinició su vida en esta capital. Regresó al Reino Unido y a Francia en tres ocasiones, 1920, 1924 y 1928, en una ocasión para encontrarse con su compañera, Beryl, y la hija de ella, que cursaba en Francia. Una de esas visitas tenía como objetivo reunirse con el entonces famoso guía místico, Georges Ivanovich Gurdjieff (1877-1949), buscando nueva información y experiencia.
Su vida afectiva no fue un éxito. Hubo un temprano romance terminado por orden paterna con una mujer a la que se refiere como “Sylvia”. Luego, de rebote, Owen se casó con Lily Edith Turner, hija de un gerente del Ferrocarril Central en Rosario. Se casaron el 6 de junio de 1914, dos meses antes del inicio de la primera guerra mundial. Fue un enlace condenado al fracaso. Lily Edith era una mujer sociable, divertida, Owen era solitario y poco dado socialmente. Estuvieron juntos unas pocas semanas. Se separaron pero Owen le pagó una “pensión” de por vida. En 1917, a los 33 años, Owen conoció a la mujer llamada Beryl. Escribió que había hallado la felicidad y ella sería su pareja hasta el fin de sus días en 1947.
Sus últimos años, enfermo, incapaz de seguir en la oficina, estaban llenos de proyectos y depresiones. Algunas veces desde su lecho en el hospital Británico dictaba sus traducciones a una secretaria, Diana de Marval, hija de su amigo. Vivía de sus ahorros y la asistencia de amigos y de su hermano Tom, quien vendía sus primeras ediciones para pagar deudas y mantener la casita que Owen había comprado en el suburbio de Martínez.
Murió el 24 de septiembre de 1953, en el hospital donde había sido internado en 1949. Sus cenizas fueron depositadas en el cementerio británico en Chacarita, donde lo recuerda una placa (*) Un busto del escultor uruguayo José Luis Zorrilla de San Martín (1891-1975), hijo del autor de Tabaré, se halla en la biblioteca del Hillhead High School, en Glasgow. En algún lugar de Buenos Aires, hay un busto de Owen por José Fioravanti (1896-1977).
* En el diario La Nación del 25 de octubre de 1953, y en la edición de La Prensa, del 24 de diciembre de 1960, se publicaron obituarios.
** Los originales de las traducciones de Walter Owen son conservados en el Museo Güiraldes de San Antonio de Areco, donde su directora, la Sra. Cynthia Smyth, y su equipo, Marián Ríos, Bibiana Bovetti, Patricia Lucero, Valeria Urruchua y Marcela Cigarelli, fueron muy amables en esta investigación. También se agradece el apoyo de Doreen Dalrymple, secretaria administrativa del Hillhead High School, que rastreó numerosos documentos.