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Montevideo, URUGUAY. 2008

viernes, 3 de febrero de 2012

El prólogo que no fue…


Hotel du VIN, Bristol, Inglaterra, 2007
5 de enero de 2012
por ANDREW GRAHAM-YOOLL



Tiempo de obituarios.
Esta es una explicación,
un descargo,
quizás un obituario adelantado.


             Surge del conocimiento que ya no hay tiempo suficiente para encarar un proyecto igual. ¿Alguien recordará lo que fue para mí una epopeya y para otros nada más que “otro” libro de poesías? Lo dudo. Eso también suena a obituario.


                  Una conclusión, no hablaré de textos en castellano o español, esto es argentino-inglés. Me considero “anglo-argentino”: por qué hablar de “castellano”.

              Conclusiones. La pregunta implícita en los más amables comentarios es, ¿por qué hacer una antología de poesía argentina en inglés? No hay “adelantos” editoriales. El programa de Mecenazgo del Gobierno de Buenos Aires permitió reunir un tercio del costo de impresión. Hubo inversión personal dado que el postulante tiene que buscar los “mecenas”. No es un subsidio.

                  La respuesta a “por qué hacerlo” es simple: “porque está”. Pienso que merece ser conocida en bloque la poesía argentina más allá. Abundar es entrar en las interpretaciones del obituario. El proyecto ocupó una década de vida y no hay más tiempo. La próxima antología bilingüe será labor de otro. Esta fue inspirada por dos escoceses, Walter Hubbard Owen (1884-1953), amigo de mi padre que tradujo el Martín Fierro al inglés y lo publicó en Londres y Nueva York en 1936, y por William Shand (1903-1997), amigo mío, que produjo la primera antología de poesía argentina en inglés en 1969, con el apoyo de Alberto Girri (1919-1991). Yo aspiraba ser el heredero de esos dos. No era competencia, más una forma de celebrarlos, no sólo con la dedicatoria. Tenía algunos libros a mi favor, como ellos, un libro: Memoria del Miedo, que no interesa en la Argentina, si bien tiene cuatro ediciones en Inglaterra, dos en EE.UU., una en España, una en hebreo y una en chino. Como Owen, publicado en el Times Literary Supplement, de Londres, y desconocido en Buenos Aires, tengo en mi haber ser quizás el único argentino incluido en las antologías del crítico norteamericano Harold Bloom con un artículo que arguye que buena parte de la obra teatral del dramaturgo, Premio Nobel, Eugene O’Neill (1888-1953) está inspirada en sus pocos meses de residencia en Buenos Aires entre 1910 y 1911. Requería sentirse cómodo en los dos idiomas, como Owen y Shand.

               Parecía suficiente calificación para encarar la traducción de poetas argentinos al inglés. La Argentina tiene, en el último siglo y medio, la variedad más rica en poesía en toda América latina. El crítico Pablo Gianera alguna vez dijo que es difícil seleccionar la poesía “representativa” argentina, más allá de Lugones, Alfonsina Storni y Borges, porque hay tantos buenos.

                La actual colección incluye casi setenta poetas, número que es triplicado en la lista de lectura recomendada al final del libro. Hay muchos más. Eso explica por qué las antologías conducen a algunas amistades pero juntan muchos más enemigos. Ni bien fue a imprenta el libro quedó claro que se podía elaborar una lista mayor. Entre los notables no mencionados están Armando Tejada Gómez (1929-1992); Ariel Petrocelli (1937-2010); y amigos como Rodolfo Braceli, etc. Ah, y errores tipográficos y de traducción siempre habrá.  (Se escapó uno en la sección de Oliverio Girondo (1891-1967.)
               Hay un amplio espectro de criterios de cómo traducir. Una antología está completa sólo porque llegó a formato libro, siempre quedarán formas de mejorar o cambiarla.
               Mi mejor ejemplo de diferencias en torno a una traducción surge del Buenos Aires Herald, a propósito de la decisión del gobierno de facto de Juan Carlos Onganía en julio de 1968 de obligar a los periódicos en idiomas foráneos a traducir sus editoriales. La disposición originaba en septiembre de 1943, por orden del gobierno militar, se dejó de cumplir luego del derrocamiento de Juan Perón en septiembre de 1955. En 1968, el entonces director del Herald, Norman Ingrey, decidió explicar los cambios en su primer ejercicio bilingüe. Pidió la traducción y luego, horrible error, solicitó a otro redactor que leyera el producto. Siete empleados metieron mano, cambiaron, criticaron y reescribieron esa versión. Ingrey ya se había ido a casa cuando el jefe de deportes, un inglés que hacía la guardia de taller, arrancó las dos hojas de manos del último (re)lector y las mandó imprimir (eran tiempos de linotipo). De afuera del diario un personaje olvidable que daba clases de idiomas (tenía un excelente programa de música en Radio Municipal, hoy Ciudad) se jactaba ante sus alumnos que usaba los editoriales del Herald para mostrar “lo que no hay que hacer”.

                Bueno, ¿por qué traducir poesía? Porque la poesía en todos los idiomas y tierras es un accesorio para entender las sociedades y culturas. Otras consideraciones abundan. Todo ser humano, por mal leído que sea, puede citar alguna estrofa de poesía o canción y con eso enseñará algo, aunque sea minúsculo, de otras costumbres y pueblos. Además, me gusta “trasladar” la poesía de un idioma a otro y no traduciría otras cosas. Dentro de “poesía” incluyo a mis diez libros de Mafalda & Friends, uno de Gaturro, y tres obras del Teatro x la Identidad, publicadas en versión inglesa por la revista Index on Censorship. Y quizás más exótico, pero de enorme satisfacción por el ejercicio y el impacto, fue la traducción al inglés de una serie de letras de canciones de la “cumbia villera”, también publicada por Index on Censorship (3/2005), que se edita en Londres. Toda otra traducción me aburre, si bien reconozco que ofrece buen dinero. Me gusta la poesía de todos los tiempos.

con el poeta Jorge Enrique Martí
Colón, Entre Ríos, 2009.

          En el curso de hacer este libro he conservado la rima en alguna poesía, como ser en Leopoldo Lugones (1874-1938) y Alfonsina Storni (1892-1938), y les he sacado la rima a otros, como sucedió con el entrerriano Jorge Enrique Martí (1926), algunos de cuyos cantos a los pájaros y al río Uruguay fueron llevados a la música por Aníbal Sampayo (1926-2007). Esto último porque la construcción me pareció “infantilizada” en rima en inglés.
           Surgen variados ejemplos en un volumen que recorre un siglo entre el nacimiento de Macedonio Fernández (1874-1952) al de Verónica Viola Fisher (nacida en 1974).


               He tenido la suerte de lograr hacer un libro y en el trayecto conocí y “trasladé” a otros que no aparecen, también del inglés al argentino. Conocí al poeta inglés Andrew Motion (que publicó Clarín Ñ), entre otros, y un amigo, el dramaturgo inglés Harold Pinter (1930-2008), me pidió que tradujera una colección suya (editada por De la Flor).
Sin embargo, fue el poeta argentino Daniel Samoilovich, director del Diario de Poesía, quien me apoyó siempre en la selección y relectura. Primero hicimos Twenty Poets from Argentina (Redbeck Press, Bradford, Inglaterra, 2004), luego una colección de su poesía, Driven by the Wind and Drenched to the Bone, (Shoestring Press, Nottingham, Inglaterra, 2007), y finalmente esta antología, cuya primera etapa, con cuarenta poetas, se distribuyó en la Feria de Frankfurt 2010 y en el camino adquirí un buen amigo.

                 Agradezco, en fin, a todos los que ayudaron con apoyo y que me permitieron usar sus conocimientos, sus consejos y su poesía.